domingo, 28 de noviembre de 2010

El Morrogallo

A mediados del 2003 en Boca de Uchire, estado Anzoátegui,  recibí de la señora Judith Alcalá (quien hace artesanalmente representaciones de morrogallos), esta historia transcrita en una hoja carta. Es una leyenda que tiene orígenes en la región oriental del país. La imagen que agregué es una representación del morrogallo; cada pueblo o zona los pintan en las paredes de sus casas o los hacen con características semejantes. Para mí es un agrado sincero compartirlo con ustedes, personas que han formado parte de mi vida.
                                                                      Dinuel




El Morrogallo
Alexis Ortiz
Versión de la leyenda del Caribe
    Muchísimo antes de la conversión del cristianismo del Cacique Caigua, de la tribu de palenque, del tronco etnolingüístico Caribe, uno de sus descendientes, el también llamado Chanchamire, tuvo una insólita visión durante una de sus abluciones en el brioso río Unare.

    Chapoteaba solitario Chanchamire en la que es entonces limpia y abundante corriente del Unare, cuando de súbito apareció un ave muy extraña, rauda, multicolor, impactante, parecía una tortuga alada, o más bien, un morrocoy y con canto y porte altanero de gallo de refiega. Por largo rato el cacique se extasió con el vuelo soberbio del pájaro raro, hasta que una ráfaga de brisa brava lo hizo recuperar el sentido de realidad y volar al caserío a contarle a su mujer, la princesa Orocopei, su alucinante experiencia.
    El poblado estaba ubicado a unas tres leguas de donde tiempo más tarde el gobernador de Cumaná, Don Francisco de Vides, terminara fundando la Villa de Nuestra Señora de Clarines. Al sol de mediodía se aglomeraron los pobladores alrededor de Chanchamire y Orocopei, para escuchar la descripción que hacía el recio aborigen de lo que él llamó el morrocoy volador, pero que décadas más tarde un fraile investigador de la cultura Caribe, bautizó como Morrogallo; nombre con el cual lo conoce la posteridad. La leyenda asegura que en lo sucesivo no sólo Chanchamire y Orocopei después, sino también los demás pobladores de las riberas del Unare y las playas del Caribe, vieron muchas veces al Morrogallo. Pero el prodigio fue que donde se posaba el ave fabulosa con su cuerpo de morrocoy y su canto de gallo, nacía un árbol frondoso que, en lo que dura un parpadeo, comenzaba a producir frutos de diversos tipos y sabores. La gente de la tribu comprendió así con facilidad que el Morrogallo era un regalo de los dioses protectores.
    Se abrió un periodo de bonanza para los buenos indígenas, hasta que el guerrero Orocopón, egoísta y codicioso, pretendió acaparar los frutos de los árboles del Morrogallo, impedir que los palenques que compartieran con tribus vecinas como los laboriosos Piritas. Pronto tuvo imitadores el mezquino Orocopón y aconteció que, como sortilegio, comenzaban a secarse los árboles de aquellos que se negaban a compartir sus beneficios.
    La calamidad llevó a Chanchamire y Orocopei a convocar a los sabios Guaguote y su mujer Orocomay, a Baruyaima, al curandero Achique y al shaman Cavare, el anciano Querequerepe y a los jóvenes Guariguata, Tocomiche y Paraqueima, para buscar un modo de contentar a los dioses y evitar que los árboles del Morrogallo se marchitaran. Tres días con sus noches deliberó el Consejo de Sabios, hasta resolver salir en peregrinación por caminos y caseríos para predicar la necesidad y apoyo entre los hombres, de ser generosos y compartir como hermanos los bienes de la naturaleza, incluídos claro está, los frutos dulcísimos y variados del árbol del morrocoy volador.
    Luego hubo una paz larga entre las diversas tribus, que se perdió cuando brotaron del horizonte marino unas enormes curiaras, repletas de hombres pálidos e hirsutes, que parecían centauros y escupían fuego.

    La tradición se repite de generación tras otra, que en las noches de luna encendida canta el Morrogallo para favorecer a los que son amables, solidarios y tolerantes. En nuestros días los pueblos del Caribe gustan representar al Morrogallo con símbolos sortarios como peonías y paraparas, cascos de burro negro y pepas de zamuro. Lo cierto es que se ha comprobado infinitas veces, que la imagen del Morrogallo tiene fuerza protectora. Debe ser por eso que el número de sus creyentes crece a diario y mucha gente habla de sus milagros y prodigios...